lunes, 1 de enero de 2001

Lectura 10

 


Inquieto
Kenneth Goldsmith
Madrid, La Uña Rota, 2014.
159 págs .
Traducción: Carlos Bueno Vera



«Todos los movimientos que hizo el cuerpo de Kenneth Goldsmith el 16 de junio de 1997». Con ese subtítulo se explica la poesía del hacer corporal: «Inspira profundamente. Exhala. Según sale el aire, el pecho baja. . Los hombros sobresalen, El cuerpo se impulsa hacia delante. Las palmas de la mano presionan hacia abajo. Las rodillas se enderezan. Las nalgas se levantan. El cuerpo se levanta» (pág. 59). No aparecen ni los objetos con los que interactúa, ni el espacio, ni su pensamiento, ni sus emociones, simplemente palabras para los mecanismos que se accionan en movimientos simples como ir al aseo, sentarse o masturbarse. Lo cotidiano se convierte en el discurso. El hacer microscópico y mecánico. «Alcanza. Agarra. Alcanza. Sujeta. Aguanta. Sierra. Tira. Aguanta. Sujeta. Empuja. Picor. Empuja. Empuja.» (pág. 97). Esta escritura pretende ser un documento notarial de lo que se hace, no de lo que se dice. Pero lo que se hace se dice escrituralmente. ¿Su intención es objetivar? Si es así, no es más que la plasmación de una imposibilidad. Al fin y al cabo el sujeto siempre está detrás de la elección del acto y de las palabras que se utilizan. Ese día no hace nada. Vagar por su casa. No se le ha ocurrido al autor describir sus movimientos mientras asiste a una manifestación antisistema o a un concierto de música clásica. Porque probablemente los movimientos considerados aisladamente serían semejantes o porque la mera contemplación de algo no genera movimientos externos sino intelectivos. Lo que importa en realidad es la masa de palabras que se trasladan al papel. El lector pierde el sentido de lo que está haciendo el autor, pero queda la simple enumeración de vocablos en una lenta borrachera. Y el alcohol acaba haciendo su efecto en el autor. La lengua evoluciona en el libro y acaba invirtiéndose, en escritura de derecha a izquierda a las 22:00 horas.

¿Su intención es saber qué es lo que se puede hacer con el lenguaje como artefacto referencial? Al final de su lectura no encuentras sentidos, sino masas de palabras que se ofrecen como un video, imágenes sin voz, una teatralización de nominaciones sin significados humanos o sociales sino simplemente formales. Podría ser una alegoría de nuestro mundo digital o de nuestra captación del mundo a través de lo digital, pero en realidad ni siquiera llega a eso, pues le falta la conexión con la voluntad de crear. Lo que surge se puede definir como un fenómeno rítmico y acumulativo de vocablos, como una transcripción de actos que no llevan a situaciones de sentido sino a meros movimientos objetuales. Las palabras se sitúan en un espacio en el que no son más que objetos de un individuo, que no sirven para nada, pues no revelan, sino simplemente recuentan. Es un experimento, es cierto, pero experimentar supone querer descubrir un escenario nuevo para transformar otro y aquí no se consigue más que entretenimiento. No existen insólitos puntos de vista, como algún crítico ha dicho, sino visualizaciones que pretenden una objetivación imposible. El punto de vista no constituye a la palabra más que como situacionalidad a donde se mira, pero no sabe de finalismos. Y todo se queda en impresiones, nunca en introyecciones. Para algunos eso puede ser suficiente, pero cuando la palabra se convierte en una cámara de video, al final ni es imagen ni es verso, y no se encuentra algo nuevo sino una desfiguración insignificante de esos dos ámbitos. ¿Este lenguaje combinatorio de vocablos es novedoso? A mí me recuerda al lenguaje computacional. Métase en una página de internet y mire su código fuente. La sucesión lineal de las instrucciones determinadas por palabras aisladas que expresan funciones ejecutables se parece mucho a esta «poesía», pero la diferencia es que aquel lenguaje abre un texto que es el que aparece visible para su lectura significativa, mientras que aquí solo se vincula a sí mismo. ¿Es una poesía original? Sin llegar a elucubraciones sobre sus antecedentes (Joyce, Beckett… o todo lo que des-forma la palabra), podemos entender la originalidad, o bien como aquello de colocar un wáter en mitad de un museo para deconstruirlo, o bien como aquello de deconstruir el museo y convertirlo en un urinario, pero esa coreografía de desubicaciones (que ya no son originales, sino turismo objetual) no es lo que aquí se intenta, sino un simple volver a los diccionarios (andar: trasladarse de lugar; agachar: inclinar la cabeza o una parte del cuerpo…) y reproducir su literalidad. Lúdico, pero inerte.





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