Sobre Todo Nada |
Miguel Albero
Madrid, Visor, 2011.
96 págs.
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Un heterónimo, Roberto Bunín, profesor de filología enfermo de cáncer,
escribe su único poemario desde la cama del hospital antes de morir. De esta
forma Miguel Albero presenta un conjunto de poesías vinculadas por la presencia
constante de la muerte y del dolor, y del funcionamiento despersonalizado del
sistema sanitario. El enfermo se sitúa
ante el sufrimiento, pero lo hace desde un prosaísmo poco arriesgado, desde la
supeditación de todo el contenido lírico al plano narrativo de un monólogo que
únicamente atrae en cuanto que derrumba una serie de tópicos en torno a la
enfermedad mortal, a la vivencia del otro desde la inminencia de la nada. Si
hubiera adoptado la forma de un cuento, su resultado hubiera sido más creíble.
El verso existe como versículo, que descubre una tímida musicalidad por las
rimas asonantes que esporádicamente vienen a dar un cierto ritmo a la lectura. Pero
eso no impide, sino más bien refuerza una lectura lineal, sin metaforismos, sin
intuición, sin sugerencia. La poesía que se pierde en la búsqueda de la imagen
insólita es tan simulada como la del prosaísmo rectilíneo. A veces un prosaísmo
culturalista puede salvar los trastos, pero aquí ni siquiera existe esa
pretensión.
Lo más interesante es el tono irónico y desmitificador de su
pensar sobre el dolor. Rompe una visión fácil de ternura compasiva y
paternalista, manera de tratar al desahuciado tanto desde la institución
hospitalaria como desde la familiar, esta última apenas presente. Existe una
constante y reiterada falta de esperanza de vivir, lo lque se plasma en amargura,
en desprecio hacia los que no entienden la necesidad del que pide la nada como
solución más digna. El enfermo poeta se siente un conejillo de indias, objeto
de burla, de la innecesaria prolongación de la vida, donde los demás presienten
la muerte pero prefieren el silencio y una retórica de ocultación. Una vez
pasados los primeros poemas todo se repite: la
reiterada afirmación de que no hay cura, de
que se es un cobaya, de que no hay futuro, de que la vida está fuera de
la
habitación 233, de que los médicos son seres ajenos, pintados como
matasanos, y
el paciente como un enemigo sometido y humillado… La eutanasia es un
grito
hacia la nada que es la liberación, «Lástima que no hayan tenido la
delicadeza
/ De cortarme el suero para siempre» (Muda, pág. 79), pero se trata de
una petición de
cancelación del dolor físico y de la degradación innecesaria. No existe
una
reflexión sobre los sentidos y los significados del enfermo desahuciado
que busca la nada y de la
nada como posibilidad de la poética, simplemente hay una queja y una fe
en la
muerte liberadora, a la que llama continuamente y que nadie
quiere
responde en su entorno. La dureza del libro consiste precisamente en
ese reconocimiento angustiado del estar solo, que nadie pueda
compartir la desolación de lo que él ve claramente. Pero esa
imposibilidad recurrente de encuentro con ese otro, es al mismo tiempo
lo que provoca una sensación de distancia, de ficción, de artificio no
creíble que difícilmente puede vincular al lector y convertirlo en ese
otro posible.
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