La misma luna |
Felipe Benítez Reyes
I Premio Viaje del Parnaso
|
Madrid, Visor, 2006 |
El tiempo es una temática que ha seducido a los
versificadores desde siempre. Porque la poesía es su propio tiempo y su
rítmica y el reloj constante que mira el escritor. Pero cuando los
tópicos temáticos se siguen desarrollando
cíclicamente y la escritura juega con el tiempo, difuminándolo en
trazos vinculados a la pintura más que a la palabra, se construye un
espacio puramente formal, pero no una intimidad
participante del entenderse mismo de todo sujeto. Felipe Benítez
consigue lo
primero y no se interna en lo segundo. El tiempo aparece en este texto
como un
constante transcurrir por el preciosimo en las palabra, pero en la
imposibilidad de un mundo de ideas que lo sustente, más allá de un
cúmulo de
nadas (lo fugaz del tiempo, es un enigma, lo etéreo de la expresión
poética, la
brevedad de todo lo que se vive, el azar como norma vital, todo es un
flujo sin
sentido, recordar es interpretar, es un laberinto de pérdidas…), donde
no se ve al poeta como individuo que fluye fuera de las poses
formales y de contenido comunes, a las que intenta ajustar un cúmulo de
imágenes volátiles, de una construcción sugestiva al oído, sin roturas.
El título nos transporta al mundo sensitivo y geofísico origen
de su concepción de la temporalidad textual. La luna y lo nocturno como paisaje
que transcurre desde el sujeto a la materia y viceversa. Noche transitoria,
mundo de magia, de duendes, de ficciones, un estado/espacio de disolución pasajera de la
conciencia, en la ciclidad de luz/oscuridad, integridad/descomposición, y un
momento del que siempre se sale, cediendo ante la luz, que también es
transitoriedad. La circularidad entreteje los versos, «para que no olvidemos lo
que somos: / un puro divagar sobre qué somos» (El aprendizaje de la pesadilla, pág. 31), «en esta prestidigitación el mundo existe / del modo
en que existimos en él: / reflejados y errantes de nosotros / eco de unas
palabras confundidas / sin nada que perder, y tan perdidos» (Arte poética, pág. 51). La espectralidad
es el individuo, sumergido en la realidad ecoica de lo escrito. Esa
identificación entre lo real y la resonancia de lo versificado, da a este
último todo el poder de la realidad, la sumerge en la textualidad, donde el
escritor es un sujeto resonador de su obra, y así circularmente sin salida, sin
solucionar la vinculación entre lo que sucede y su interpretación. Si el tiempo es lo que huye de cualquier
permanencia, un flujo de ficciones inaprehensibles, el problema es cómo
resituar al sujeto en este tópico desaliñado y desanclado de lo real. Porque la
realidad no es una poética a la que le es imposible fijar nada en ningún lugar,
sino que es una actualidad que se desarrolla en sí misma y en su propia
dinámica temporal. El problema está en incardinar el tiempo del texto y el del
escritor como hechos separados, pero que se encuentran para generarse como problema que atraiga
aquello que puede hacer al sujeto portador de su propia historia. No se puede
preguntar quién soy al texto, sino textualizar que lo que soy es una biografía y
que una de sus muchas posibilidades es lo que se dice en un libro de poemas.
El tiempo y sus fantasmas en la poesía de Felipe Benítez
Blog de Felipe Benítez
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